Su mirada se posaba dulcemente sobre su cuerpo. Sobre su alma. Sobre su amor.
AhĂ estaba ella. Su mujer.
Se pertenecĂan desde muchos siglos atrás. Desde antes de que el mundo fuera formado, desde que el cielo comenzaba a dar señales de presencia.
Eran dos seres que formaban uno solo. Se amaban.
Sus ojos se posaban sobre ella, de una extraña manera. Ella, totalmente sorprendida se daba cuenta de que nadie nunca la mirĂł de esa manera. HabĂa sido mirada antes, claro, cuando caminaba por la calle sentĂa esas miradas ansiosas, llenas de deseo, llenas de perversiĂłn. HabĂan mirado su cuerpo muchas veces, más nĂşnca nadie habĂa mirado su alma. Hasta esa noche.
Entonces la magia se hacĂa presente, cuando notaba algo magnĂfico en el ambiente: no serĂa la primera noche. Algo le hacĂa sentir que esto era algo más. Era el inicio del resto de sus vidas. Porque ella era su mujer. SĂłlo Ă©l le daba la sensaciĂłn de amor, de comprensiĂłn que nunca nadie le diĂł jamás. Solo Ă©l, ese hombre que tenĂa frente a ella, ese hombre que la miraba de esa forma tan distinta, solo Ă©l. Y ahora no habĂa nada más que amarse. Por siempre. Por los siglos de los siglos amĂ©n. Algo asĂ habĂa escuchado muchas veces en pelĂculas, novelas y cuentos. Y ahora ella era la protagonista de su propia historia.
Ella, que no era perfecta, ella que escribĂa mientras sus amigos estaban en cualquier discoteca local bailando, o que leĂa hasta dormir. Que amaba la mĂşsica clásica y no cualquier clase de movimiento musical novedoso. Esa mujer que soñaba en clase imaginando el gran dĂa. Y ahora ella habĂa pasado de ser una desconocida a ser quiĂ©n dormĂa al lado de este ángel. Nunca nadie le habĂa dicho que clase de milagros pasaban ocasionalmente para que ahora ella tuviera la realidad más hermosa. Y si alguien se lo hubiera dicho probablemente no lo hubĂera creĂdo.
Ella era felĂz..
... Por el simple hecho de ser su mujer.