domingo, 2 de junio de 2013

Recuerdos.

¿QuiĂ©n te dijo que yo no luchĂ© por ti? Que bajĂ© los brazos dejando entrar el fracaso....

Mientras lo decĂ­a no habĂ­a podido mirarlo a los ojos.
Le habĂ­a mentido.

El no sabĂ­a, pero mi perfecto discurso fluido habĂ­a sido ensayado mil veces frente al espejo.

Era tan convincente que por un momento dudé de mis verdaderos deseos.

-...Y asĂ­ fue como lo decidĂ­- Dije, mientras podĂ­a ver como se quebraba frente a mis ojos.
Era hasta cierto punto un dolor masoquista, que me dolĂ­a pero sentĂ­a que era justo.
Yo sólo quería devolverle el sabor que me provocó a mi también.


El ni siquiera me había considerado. Nunca. Jamás. Nunca jamás de los jamáces.

Y ahí estaba yo. Una pequeña mentirosa que había ideado un discurso tan pulcro que yo misma había creído. Me aferraba a esa idea cada noche. No lo deseaba, pero lo había decidido.
Nadie tenía porque saberlo, lo mejor de un secreto es saber guardarlo bien para que sea un secreto de verdad. Había decidido que así iba a ser hasta el final de mis días. Entonces entendería, el amor más real es aquel que permite ser feliz aun sabiendo que no iba a consumarse.

Todo Ă©sto surgiĂł dentro de mi cabeza en menos de un segundo. No hacĂ­a falta repetĂ­rmelo una vez más, lo hacĂ­a cada noche; incluso lo habĂ­a hecho Ă©sta mañana mientras me visualizaba de aquella manera.
De pronto volví mi mirada a la suya. Había lágrimas en sus ojos y pude ver y sentir cómo se rompía algo en su pecho.
Al mirar esa escena algo se rompiĂł en mi tambiĂ©n. No pude decirlo (ni admitirlo)  pero en mĂ­ tambiĂ©n habĂ­a lágrimas de tristeza. Esa noche en la penumbra yo lloraba por Ă©sto. Porque era demasiado tarde, porque ni siquiera lo intentĂł. Porque yo podrĂ­a serlo... Yo lo era... Yo lo sabĂ­a, pero jamás me ... 
Vale, éstas palabras estaban de más. Decidí dejar el asunto así nadamás. En cuanto me fue permitido decidí salir de ahí, ese lugar donde había desechado toda mi basura, para llenarme de más. Y así me sentí triunfadora, aun con esas lágrimas, aún con el dolor, sobre todo eso me sabía ganadora.
Después de todo, a veces ganar significa ser destruido.

Recuerdos.

¿QuiĂ©n te dijo que yo no luchĂ© por ti? Que bajĂ© los brazos dejando entrar el fracaso....

Mientras lo decĂ­a no habĂ­a podido mirarlo a los ojos.
Le habĂ­a mentido.

El no sabĂ­a, pero mi perfecto discurso fluido habĂ­a sido ensayado mil veces frente al espejo.

Era tan convincente que por un momento dudé de mis verdaderos deseos.

-...Y asĂ­ fue como lo decidĂ­- Dije, mientras podĂ­a ver como se quebraba frente a mis ojos.
Era hasta cierto punto un dolor masoquista, que me dolĂ­a pero sentĂ­a que era justo.
Yo sólo quería devolverle el sabor que me provocó a mi también.


El ni siquiera me había considerado. Nunca. Jamás. Nunca jamás de los jamáces.

Y ahí estaba yo. Una pequeña mentirosa que había ideado un discurso tan pulcro que yo misma había creído. Me aferraba a esa idea cada noche. No lo deseaba, pero lo había decidido.
Nadie tenía porque saberlo, lo mejor de un secreto es saber guardarlo bien para que sea un secreto de verdad. Había decidido que así iba a ser hasta el final de mis días. Entonces entendería, el amor más real es aquel que permite ser feliz aun sabiendo que no iba a consumarse.

Todo Ă©sto surgiĂł dentro de mi cabeza en menos de un segundo. No hacĂ­a falta repetĂ­rmelo una vez más, lo hacĂ­a cada noche; incluso lo habĂ­a hecho Ă©sta mañana mientras me visualizaba de aquella manera.
De pronto volví mi mirada a la suya. Había lágrimas en sus ojos y pude ver y sentir cómo se rompía algo en su pecho.
Al mirar esa escena algo se rompiĂł en mi tambiĂ©n. No pude decirlo (ni admitirlo)  pero en mĂ­ tambiĂ©n habĂ­a lágrimas de tristeza. Esa noche en la penumbra yo lloraba por Ă©sto. Porque era demasiado tarde, porque ni siquiera lo intentĂł. Porque yo podrĂ­a serlo... Yo lo era... Yo lo sabĂ­a, pero jamás me ... 
Vale, éstas palabras estaban de más. Decidí dejar el asunto así nadamás. En cuanto me fue permitido decidí salir de ahí, ese lugar donde había desechado toda mi basura, para llenarme de más. Y así me sentí triunfadora, aun con esas lágrimas, aún con el dolor, sobre todo eso me sabía ganadora.
Después de todo, a veces ganar significa ser destruido.