
Para que una casa pueda mantenerse en pie es necesario que tenga buenos cimientos.
Si no los tiene muy posiblemente se vendrá abajo.
Si se quiere edificar de nuevo, tendrĂa que ser derrumbada hasta los cimientos.
AsĂ me sentĂa yo.
No creo que tuve buenos cimientos. O tal vez si los tuve pero los perdĂ en el trayecto. O simplemente olvidĂ© que los tenĂa, tantas hipĂłtesis y ninguna me convence.
Mi estructura emocional estaba desecha. Mi estructura fĂsica estaba cada vez más dañaba. Lloraba mucho, dormĂa poco, no comĂa y mi sangre era mi refugio.
Mi refugio falso, doloroso, mi perdiciĂłn.
Estaba enloqueciendo de una manera muy dulce, tan dulce que empalagaba.
SentĂa la boca seca y los ojos pesados cuando despertĂ©.
Pude ver mi cuerpo que yacĂa perfectamente intacto en esa cama. Esa cama donde habĂa tenido un montĂłn de experiencias, donde mis amigas habĂan dormido, donde habĂa llorado con el consuelo de mi almohada. Donde habĂa hablado tantas horas contigo, a las cuatro de la mañana sin hacer ruido para que nadie se diera cuenta. AhĂ se habĂan tejido tantas historias que me cuesta trabajo ponerlas en orden. Mis sentidos se encontraban en total desacuerdo ahora.
Entonces mire al cielo y vi esa luz.
Era tan fuerte, tan cegadora.
Era como si yo hubiera sido ciega toda mi vida. ResplandecĂa de una manera sobrenatural, cualquier persona que la viera probablemente hubiera echado a correr.
Pero yo me quede ahĂ mirando. SentĂ tanta paz que no pude moverme, mis piernas se entumecieron y no pudieron dar un paso.
Miré hacia mi cama.
Esa cama donde tantas historias se habĂan tejido... tantas. Tantas.. Tantas... Tantas... Tantas noches que pase ahĂ llorando, riendo, bromeando, sintiendo, pensando, extrañandote.
Mis pensamientos? No habĂa. Por primera vez podĂa decir que no pensaba en nada. Mi mente quedo inundada de esa brillantez.
VolvĂ a mirarme... ese cuerpo, ese cabello, era yo, si, era yo. Pero no me supe distinguir.
Este era el fin.
Yo lo sabĂa.
Yo lo supe.